Mi nombre se escribe con "S"
Por Isaac Asimov
Marshall
Zebantinsky se daba cuenta de que estaba haciendo el ridículo.
Le
parecía que lo miraban desde el otro lado del tétrico cristal de la
vidriera
a
través del deteriorado tabique de madera; le parecía notar unos
ojos posados
en
él. Ni el traje viejo que había desenterrado, ni el ala doblaba de
un
sombrero,
que por lo de
más
nunca llevaba, ni los lentes que había dejado en su
estuche
le inspiraban menor confianza.
Sentía
que hacía el ridículo, y eso profundizaba aun más las arrugas de
su
frente
y volvía más pálida su cara de joven prematuramente envejecido.
Nunca
podría explicar a nadie por qué un físico nuclear como él se
había
decidido
a visitar a un númerologo. (No, nunca podría explicárselo a nadie,
se
dijo.
No podía explicárselo ni siquiera a sí mismo. La única
explicación era que
se
había dejado convencer
por su mujer.
El
númerologo estaba sentado ante una vieja mesa que ya debía de ser
de segunda
mano
cuando la compró. Ninguna mesa podría llegar a estar tan
deteriorada en
manos
de un solo dueño.
Casi
lo mismo podía decirse de sus ropas. Era un hombrecito moreno que
miraba a
Zebatinsky
con sus ojitos negros, perspicaces y vivarachos.
Es
la primera vez que un físico viene a visitarme, doctor Zebantinsky -
le dijo.
Zebantinsky
enrojeció.
-
Supongo que esto es confidencial - dijo.
El
númerologo sonrió, con lo que se le formaron arrugas junto a las
comisuras de
la
boca y la piel de su barbilla se distendió.
-
Todo lo que aquí se dice queda entre estas cuatro paredes.
-
Me creo en el deber de decirle una cosa -prosiguió Zebatinsky-. Yo
no creo
en
la numerología y dudo que empiece a hacerlo ahora. Si eso supone un
impedimento,
me ruego que me lo diga.
-
Entonces por que ha venido?
-
Mi esposa cree hasta cierto punto en usted. Me hizo prometerle que lo
visitaría
, y aquí me tiene.
Se
encogió de hombros, sintiéndose cada vez más ridículo.
-
Y qué es lo que usted desea? Dinero? Seguridad? Larga vida? Qué?
Zebatinsky
permaneció inmóvil durante largo rato, mientras el númerologo se
dedicaba
a observarlo en silencio, sin hacer nada por instarlo a hablar.
Entre
tanto, Zebantinsky pensaba: "Y qué le digo? Qué tengo treinta
y cuatro
años
y no vislumbro ningún porvenir?"
En
voz alta dijo:
-
Deseo el éxito. Que se me reconozca.
-
Un empleo mejor?
-
Un empleo distinto. Una clase diferente de trabajo. Actualmente,
formo parte
de
un equipo y tengo que obedecer las ordenes que me dan. !Equipos! Ésa
es la
forma
de realizar investigaciones que tiene el gobierno. Uno no es más que
un
violinista
perdido
en
una orquesta sinfónica.
-
Y usted quiere ser un solista?
-
Lo que yo quiero es salir del equipo y trabajar por mi cuenta.
-
Zebantinsky se sintió más animado, casi embriagado al expresar en
palabras
aquel
pensamiento ante una persona que no fuese su esposa. -Hace 25 años
prosiguió,
con mi educación técnica y lo que yo sé hacer, hubiera podido
trabajar
en las primeras centr
ales
de energía atómica. Actualmente estaría al frente de una de ellas
o
dirigiría
un grupo de investigación pura en la universidad. Pero empezando
hoy,
Sabe
adonde habré llegado dentro de 25 años? A ninguna parte. Seguiré
siendo
esclavo
del equipo, aport
ando
mi granito de arena a la gran organización. Siento que me ahogo
dentro de
una
multitud anónima de físicos nucleares, y lo que yo quiero es un
espacio en
tierra
firme y despejada.... Me comprende usted?
El
númerologo asintió lentamente.
-
Tenga usted en cuenta, doctor Zebantinsky -dijo-, que yo no puedo
garantizarle
nada.
Zebantinsky,
a pesar de su falta de fe, experimentó una amarga decepción.
-
No? Entonces qué es lo que usted garantiza?
-
Un aumento en el número de las probabilidades. Mi trabajo es de
naturaleza
estadística.
Puesto que usted trabaja con átomos, supongo que comprenderá las
leyes
de la estadística.
-
Pues sí, las comprendo. Yo soy matemático y mi trabajo se basa en
cálculos
rigurosos.
No se lo digo para cobrarle más. Mi tarifa es única: 50 dólares
por
consulta.
Pero como usted es un hombre de ciencia, podrá apreciar mejor la
naturaleza
de mi traba
jo
que mis demás clientes. Para mí incluso representa un placer
explicarle todo
esto.
-
Preferiría que no lo hiciese, si no le importa. Perderá el tiempo
hablándome
del
valor numérico de las letras, su significado místico y todas esas
cosas. esa
clase
de matemáticas no me interesan. Vayamos al grano...
El
númerologo replicó:
Así
que usted quiere que yo lo ayude a condición de que no le venga con
todas
esas
monsergas anticientíficas que, según ustedes, forman la base de mi
trabajo.
No
es eso?
-
Exactamente eso es.
-
Pero es que usted sigue creyendo que soy un númerologo, y la verdad
es que no
lo
soy. Me doy ese nombre para que la policía no me moleste, y también
-añadió
el
hombrecito riendo secamente- para que los psiquiatras me dejen
tranquilo. Le
aseguro
que soy
un matemático; un matemático de verdad.
Zebantinsky
sonrió.
El
númerolo dijo:
-
Construyo computadoras. Estudio el futuro probable.
-
Cómo?
-
Acaso le parece eso peor que la numerología? Por qué? Contando con
datos
suficientes
y con una computadora capaz de realizar el número necesario de
operaciones
por unidad de tiempo, el futuro puede predecirse, al menos de una
manera
probable. Cuando ustedes
calculan el movimiento de un proyectil que debe interceptar a otro,
no se dedican
a predecir el futuro? El proyectil interceptor y el otro no se
chocarían
si
el futuro no se hubiese calculado incorrectamente. Yo hago lo mismo.
Pero
como
trabajo con un
números mayor de variables mi resultados son menos exactos.
-
Quiere usted decir que podrá predecir mi futuro?
-
De una manera muy aproximada. Una vez hecho eso, modificaré los
datos
cambiando
su nombre; únicamente su nombre. Entonces introduciré ese factor
modificado
en el programa de operaciones. Luego probaré con otros nombres
modificados.
Lo cual me permiti
rá
estudiar los distintos futuros que irán apareciendo hasta encontrar
uno en
que
usted goce de mayor reconocimiento que en el futuro que ahora se
extiende
frente
a usted... Déjeme decirlo de otra manera: descubriré un futuro en
el cual
las
probabilidades
de
que usted llegue a situarse como desea serán mayores que las
probabilidades
que
encierra su actual futuro.
-
Y por qué tendré que cambiar de nombre?
-
Ese es el único cambio que suelo hacer, y lo hago por varios
motivos. En
primer
lugar, es un cambio sencillo. Tenga usted en cuenta que si realizase
un
cambio
importante o introdujese varios cambios menores, entraría en juego
tantos
valores
nuevos que
sería
incapaz de interpretar el resultado. Mi computadora todavía es
bastante
imperfecta.
En segundo lugar se trata de un cambio razonable. Yo no puedo
alterar
su estatura verdad?, ni el color de sus ojos, ni siquiera su
temperamento.
Luego tenemos que e
l
cambio de nombre es un cambio significativo. Los nombres son muy
importantes;
hasta
cierto punto son la persona. y finalmente, es un cambio corriente,
que
todos
los días se realiza.
-
Y si no consigue descubrir un futuro mejor?
-
Ese es un riesgo que hay que correr. De todos modos su suerte no
empeorará,
amigo.
Zebantinsky
miro con inquietud a su interlocutor.
-
No creo ni una palabra de todo eso -comentó-. Antes creería en la
numerología.
El
hombrecito suspiro.
-
Pensé que una persona como usted se sentiría más animada al
conocer la verdad.
Deseo
sinceramente ayudarlo, y usted todavía puede hacer mucho. Si me
considerase
un númerologo, sencillamente no haría caso de mis instrucciones.
Pensé
que si le decía la verdad,
dejaría que lo ayudase.
Zebantinsky
observó:
-
Pero si usted puede ver el futuro...
-
Por qué no soy el hombre más rico de la tierra? Eso es lo que me
iba a
preguntar?
Lo cierto es que si lo soy, puesto que tengo cuanto deseo. Usted
quiere
que se reconozca su talento y yo quiero que me dejen tranquilo; que
me
dejen
trabajar sin molestarme,
y lo he conseguido.
Gracias a eso, me considero más rico que un
millonario.
Cuando
necesito un poco de dinero de verdad para cubrir mis necesidades
materiales,
lo obtengo de las personas como usted, que vienen a visitarme. Me
gusta
ayudar al prójimo;
un
psiquiatra tal vez diría que eso me proporciona una sensación de
poder y
alimenta
mi egolatría. Pero vamos a ver..., desea de verdad que lo ayude?
-
A cuanto dijo usted que ascendía la consulta?
-
son 50 dólares. necesitaré un gran número de datos biográficos
sobre usted,
pero
le proporcionaré un formulario que le facilitará el trabajo. Lo
siento,
pero
contiene muchas preguntas. Sin embargo, puede enviármelo por correo
a fin
de
semana, le tendré
la respuesta preparada para el... - Adelanto el labio inferior y
frunció el
ceño,
mientras efectuaba un calculo mental-. Para el 20 del mes que viene.
-
5 semanas? Tanto tiempo?
-
Usted no es el único, amigo mío; tengo otros clientes. Si yo fuese
un
farsante,
se lo haría en 4 días. De acuerdo entonces?
Zebantinsky
se levantó.
-
Bien, de acuerdo... Le ruego la máxima reserva.
-
No tema, Le devolveré toda la información que me suministre al
decirle que
cambio
tiene que realizar, y le doy mi palabra que no haré uso de ella.
El
físico nuclear se detuvo en la puerta.
-
no teme usted que yo revele que no es númerologo?
El
númerologo movió negativamente la cabeza.
-
Y quién va a creerle, amigo? -dijo-. Eso suponiendo que usted
pudiese
convencer
a alguien de que había estado aquí.
El
día 20, Marshall Zebantinsky se presentó ante la puerta despintada,
mirando
de
soslayo a la vidriera, en el que se podía leer, en una tarjeta
pegada al
cristal
"Numerología", en las letras descoloridas y amarillentas
bajo el polvo
que
las cubría. Atisbó
hacia el interior de la tienda, casi con la esperanza de que
estuviese
alguien
que le proporcionase una excusa para volverse a casa, cancelando
aquella
visita.
Había
tratado de olvidarse de ello varias veces. Cada vez que se sentaba
para
llenar
el formulario, se lamentaba malhumorado al poco tiempo. Se sentía
increíblemente
estúpido, escribiendo los nombres de sus amigos, el alquiler que
pagaba,
si su esposa le
había sido fiel, etc. Cada vez lo abandonaba dispuesto a dejarlo
definitivamente.
Pero
no podía hacerlo. Todas las noches volvía a sentarse ante el
condenado
formulario.
Tal
vez se debiese a la idea de la computadora, o al pensar en la
infernal
jactancia
del hombrecito al pretender que poseía una. La tentación de
desenmascararlo,
de ver que ocurriría resultaba demasiado fuerte.
Por
último, envió las hojas debidamente cumplimentadas por correo
ordinario,
poniendo
9 centavos de sellos y sin pesar la carta. "Si me la devuelven
-pensó-,
no
volveré a enviarla".
No
se la devolvieron.
Miró
al interior de la tienda y vio que estaba vacía. Zebantinsky no
tenía más
remedio
que entrar. Abrió la puerta y una campana tintineó.
El
anciano numerologo salió detrás de una cortina que ocultaba una
puerta.
-
Quién es?.... Ah, es usted, doctor Zebantinsky.
-
Se acuerda de mí? - dijo este esforzándose en sonreír
-
Naturalmente.
-
Cuál es el veredicto?
-
Antes de eso hay un pequeño asunto que resolver....
-
Sus honorarios?
-
El trabajo esta hecho, doctor Zebantinsky. Por lo tanto le agradeceré
que lo
pague.
Zebantinsky
no hizo la menor objeción. Ya se hallaba dispuesto a pagar. Después
de
llegar hasta allí sería una tontería volverse atrás sólo por el
dinero.
con
5 billetes de 10 dólares y los empujo al otro lado del mostrador.
-
Es eso?
El
numerologo contó de nuevo los billetes, lentamente, y luego los
metió en un
cajón
de su mesa.
Después
dijo:
-
Su caso me resultó muy interesante. Yo le aconsejaría que se
cambiase el
nombre
por el de Sebantinsky.
-
Cómo dice? Seba...qué?
Zebantinsky
lo miró indignado.
-
El mismo que ahora tiene pero escrito con "S".
-
Quiere usted decir que cambie la inicial? Qué convierta la "Z"
en un "S"? Con
eso
basta?
-
Sí, con eso es suficiente.
Mientras
el cambio sea adecuado, es más seguro y conveniente que no sea muy
grande.
-
Pero como puede afectar a mi vida ese cambio?
-
Como afectan los nombres a la vida de sus poseedores? - pregunto
quedadamente
el
numerologo-. Francamente no lo sé. Francamente no lo sé. Pero
ejercen cierta
influencia,
eso es todo cuanto puedo decirle. Recuerde que le dije que no le
garantizaba
el resultado.
Naturalmente, si no desea realizar el cambio, dejemos las cosas como
están.
Pero , en ese caso, no puedo reembolsarle al cantidad.
Zebantinsky
preguntó:
-
Entonces que tengo que hacer? Decir a todo el mundo que mi nombre se
escribe
con
"S"?
-
Si quiere mi consejo consúltelo con un abogado. Cambie de nombre
legalmente.
El
le aconsejará sobre los detalles.
-
Cuanto tiempo se necesitará? Quiero decir cuanto tiempo hará falta
para que mi
situación
empiece a mejorar?
-
Como quiere que lo sepa? Tal vez mañana empiece a mejorar. O tal vez
nunca.
-
Pero usted ve le futuro. Al menos, eso es lo que pretende.
-
No me confunda con los que miran bolas de cristal. No, no, doctor
Zebantinsky.
Lo
único que me proporciona mi computadora es una serie de números
cifrados.
Puedo
darle una lista de probabilidades, pero le aseguro que no veo
imágenes del
futuro.
Zebantinsky
giro sobre sus talones y abandonó rápidamente el lugar. 50 dólares
por
Sebantinsky!
Señor que nombre! Peor que Zebantinsky.
Tuvo
que transcurrir otro mes antes de que se decidiese a ir a ver a un
abogado.
Mas
por último fue.
Se
consoló con la idea de que estaba a tiempo de cambiarse de nuevo el
nombre.
"No
se pierde nada con probar", se dijo.
Que
diablo, no había ninguna ley que lo impidiera.
Henri
Brand hojeó cuidadosamente el expediente, con el ojo clínico de un
hombre
que
llevaba 14 años en las Fuerzas de Seguridad. No le hacía falta
leerlo
palabra
por palabra. Cualquier particularidad hubiera saltado de las páginas
de
sus
ojos.
-
Este hombre me parece intachable - dijo.
Henry
Brand también era un hombre de aspecto intachable, con su ligera
obesidad
y
su cara sonrosada y fresca. Era como si el continuo contacto con toda
clase de
miserias
humanas, desde la ignorancia a la posible traición, le hubiese
obligado
a
lavarse con
más frecuencia, gracias a lo cual su rostro mostraba aquella
tersura.
El
teniente Albert Quincy, que le había traído el expediente, era
joven y se
sentía
embargado por la responsabilidad de ser oficial de las fuerzas de
Seguridad
en la comisaría de Hanford.
-
Pero, por qué Sebatinsky? - preguntó.
-
Por qué no?
-
Porque no tiene pies ni cabeza. Zebantinsky es un nombre extranjero,
y yo me
lo
cambiaría si lo tuviese, pero buscaría un patronímico anglosajón,
por
ejemplo.
Si Zebantinsky lo hubiese hecho, la cosa tendría sentido, y yo ni
siquiera
volvería a pensar en
ello.
Pero por qué cambiar un "Z" por una "S"?
Me parece que hay que buscar
otras
razones.
-
Nadie se lo ha preguntado directamente?
-
Sí. En el curso de una conversación ordinaria, desde luego. Es lo
primero que
prepare.
El se limitó a decir que estaba harto de estar en la cola del
alfabeto.
-
Es una razón pausible, no le parece teniente?
-
Desde luego. Pero, en ese caso, Por qué no cambiarse el nombre por
el de Sands
o
Smith, si se había encaprichado por la "S" ? O si estaba
tan cansado de la
"Z",
última letra del alfabeto, por qué no irse al otro extremo y
cambiarla por
una
"A"? Por qué
no adoptar el nombre Aarons, por ejemplo?
-
No es bastante anglosajón - murmuró Brand añadiendo-: Pero la
conducta de este
hombre
es intachable. No podemos acusar a nadie por escoger un nombre
extraño.
El
teniente Quincy se mostraba visiblemente decepsionado.
Brand
prosiguió:
-
Dígame, teniente Qué le preocupa? Estoy seguro de que piensa en
algo; alguna
teoría,
no sé. En qué piensa?
El
teniente frunció el ceño. Sus rubias cejas se juntaron y apretó
los labios.
-
Verá usted señor. Ese nombre es ruso.
-
No lo es -repuso Brand-. Es estadounidense de tercera generación.
-
Quiero decir que su nombre es ruso.
La
expresión de Brand premiso algo de su engañosa blandura.
-
Nada de eso, teniente; se ha vuelto a equivocar. Es polaco.
El
teniente extendió las manos con impaciencia.
-
Da lo mismo.
Brand,
cuya madre se apellidaba Wiszewsky de soltera, barbotó:
-
No diga eso nunca a un polaco, teniente.... -Luego añadió,
pensativo-: Ni
tampoco
a un ruso supongo.
-
Lo que yo quería decir, señor -dijo el teniente, poniéndose
colorado-, es que
tanto
los polacos como los rusos están al otro lado del Telón de Acero.
-
Eso ya lo sabemos.
-
Y que Zebantinsky o Sebantinsky, como usted prefiera llamarle, debe
tener allí
parientes.
-
Le repito que es de tercera generación. Sí, puede que aun tenga
primos
segundos
allí. Y qué?
-
Eso, en si no significa nada. Millares de personas tienen parientes
lejanos en
eso
países. Pero Zebantinsky ha cambiado de nombre.
-
Prosiga.
-
Y si con ello tratase de no llamar la atención? Tal vez tiene allí
un primo
segundo
que se está haciendo demasiado famoso y nuestro Zebantinsky teme que
esa
relación
de parentesco pueda arruinar su carrera.
-
Pero cambiar de nombre no le resuelve nada. Sigue siendo igualmente
su primo
segundo.
-
Desde luego, pero no será como si nos metiese su parentesco por las
narices.
-
Conoce usted algún Zebantinsky de allende el telón?
-
No, señor.
-
Entonces, no debe de ser tan famoso como usted dice. Y como iba a
conocer su
existencia
nuestro Zebantinsky?
-
Tal vez mantiene el contacto con sus parientes. Eso ya daría pábulo
a
sospechas
de por sí, pero recuerde usted que se trata de un físico atómico.
Metódicamente,
Brand volvió a repasar el expediente científico.
-
Eso esta muy traído de los pelos, teniente. es algo tan hipotético
que no
sirve
de nada.
-
Puede usted ofrecer alguna otra explicación, sepor, de los motivos
que han
inducido
a efectuar un cambio de nombre tan curioso?
-
No, no puedo, lo reconozco.
-
En ese caso, señor , creo que deberíamos investigar. Debemos
empezar
localizando
a todos los Zebantinsky del otro lado del telón y viendo si existe
una
relación entre ellos y el nuestro.
-
El Teniente elevó ligeramente la voz al ocurrírsele una nueva
idea-. Y si
cambiase
de nombre para apartar la atención de ellos, con el fin de
protegerlos?
-
Yo diría que hace exactamente lo contrario.
-
Tal vez no se da cuenta, pero su motivo principal podría ser el
deseo de
protegerlos.
Brand
suspiró.
Muy
bien, investigaremos eso de los Zebantinsky europeos...-dijo. Pero si
no
resulta
nada de ello, teniente, abandonaremos el asunto. Déjeme el
expediente.
Cuando
la información llego finalmente al despacho de Brand, este se había
olvidado
por completo del teniente y de sus especulaciones. Lo primero que se
le
ocurrió
al recibir un montón de datos entre los que se incluían 17
biografías de
otros
tantos ciudadanos
polacos y rusos que respondían al nombre de Zebantinsky,
fue decir:
"Qué demonios
es esto?"
Entonces
lo recordó, juró por lo bajo y empezó a leer.
Empezó
por los Zebantinsky estadounidenses. Marshall Zebantinsky (huellas
dactilares
y todo) había nacido en Buffalo, Nueva York (fecha, estadística del
hospital).
Su padre también había nacido en Buffalo, y su madre en Oswego,
Nueva
York.
Sus abuelos paternos
eran oriundos de la ciudad polaca de Bialytok (Fecha de entrada en
los
EE.UU.,
fecha en que fue concedida la ciudadanía estadounidense,
fotografías).
Los
17 ciudadanos polacos y rusos que se apellidaban Zebantinsky
descendían
todos
de otros Zebantinsky que, cosa de medio siglo antes, habían vivido
en
Bialystok,
o en sus proximidades. Muy posiblemente eran todos parientes, pero
eso
no se afirmaba explícitamente
en ningún caso particular.
(Los censos que se habían realizado en Europa
Oriental después de la Primera Guerra Mundial
dejaban mucho que
desear.)
Brand
repasó las biografías de los Zebantinsky de ambos sexos cuyas vidas
no
ofrecían
nada en particular (era sorprendente lo bien que habían realizado
aquel
trabajo
los servicios de información; sin duda los rusos lo hubieran hecho
igualmente
bien.)
Pero
cuando llego a uno se detuvo y su frente se arrugó, al arquear las
cejas.
Aparto
aquella biografía y siguió leyendo las restantes. Cuando termino,
las
volvió
a meter todas en el sobre, a excepción de la que había apartado.
Sin
dejar de mirarla, tamborileó con sus cuidadas uñas sobre la mesa.
Con
cierta frecuencia se decidió a llamar al doctor Paul Kristow, de la
Comisión
de
Energía Atómica.
El
doctor Kristow escuchó la exposición del asunto con expresión
pétrea. De vez
en
cuando se rascaba la bullosa nariz con el meñique, como si quisiera
quitar de
ella
una mota inexistente, tenía los cabellos de un color gris acerado,
muy
escasos
y cortados
casi al cero. Prácticamente, era como si fuese totalmente calvo.
Cuando
su interlocutor había terminado, dijo:
-
No, no conozco a ningún Zebantinsky ruso. Aunque, por otra partem
tampoco
había
oído mencionar hasta ahora el norteamericano.
-
Vera usted -dijo Brand, rascándose el cuero cabelludo sobre la
sien-. Yo no
creo
que haya nada de particular en todo eso, pero tampoco deseo
abandonarlo
demasiado
pronto. Tengo a un joven Teniente pisándome los talones, y ya sabe
usted
como son esos jóvenes
oficiales.
Sería capaz de presentarse por su cuenta a un Comité del
Congreso.
Además, la verdad es que uno de los Zebantinsky rusos, Mijaíl
Andreyevich
Zebantinsky, también es físico nuclear. Esta seguro de que nunca ha
oído
hablar de él?
-
Mijaíl Andreyevich Zebantinsky? No....No,
nunca. Aunque eso no demuestra nada.
-
Podría ser una simple coincidencia pero sería una coincidencia
demasiado
curiosa.
Un Zebantinsky aquí y otro Zebantinsky allí, ambos físicos
nucleares, y
he
aquí que uno se cambia de rrepente la inicial de su nombre y
demuestra gran
ansiedad
al hacerlo.
Se enfada si lo pronuncian mal, en cuyo caso, dice con énfasis: "Mi
nombre
se
escribe con 'S'!". Resulta demasiado raro en verdad, y mi
teniente, que ve
espías
por todas partes, no duerme pensando en ello... Y otra cosa curiosa
es
que
el Zebantinsky ruso
se esfumó sin dejar rastro hará cosa de un año.
El
doctor Kristow dijo sin inmutarse:
-
Lo habrán liquidado en una purga.
-
Es posible. En circunstancias normales, eso es lo que yo supondría
aunque los
rusos
no son más estúpidos que nosotros, y no matan a tontas y a locas a
los
físicos
nucleares. Sin embargo, existe otra razón para explicar la
desaparición
súbita
de un físico
atómico. No creo que haga falta que se lo diga.
Qué
le hayan destinado a una misión ultrasecreta? Eso es lo que quiere
decir?
Cree
usted que podría ser eso?
-
Júntelo con todo lo demás que sabemos, añádele las sospechas de
nuestro
teniente,
y hay para empezar a cavilar.
-
Dame esa biografía.
El
doctor Kristow tendió la mano para apoderarse de la hoja de papel y
la leyó
dos
veces, moviendo la cabeza. Luego dijo:
-
Comprobaré todo esto en los Resúmenes Nucleares.
Los
resúmenes nucleares ocupaban toda una pared del estudio del doctor
Kristow,
en
hileras cuidadosamente colocadas en cajitas, cada una de las cuales
estaba
repleta
de microfilmes.
El
ilustre miembro de la Comisión de Energía Atómica introdujo los
índices en el
proyector,
mientras Brand contemplaba la pantalla haciendo acopio de la
paciencia.
El
doctor Kristow murmuró al fin:
-
Sí, un tal Mijaíl Zebatinsky público media docena de artículos,
firmados por
él
o escritos en colaboración, en las revistas soviéticas
especializadas de los
últimos
6 años.
Buscaremos
los resúmenes y tal vez saquemos algo en claro.
Aunque
lo dudo.
Un
selector hizo salir los microfilmes solicitados. El doctor Kristow
los
alineó,
los pasó por el proyector y poco a poco una expresión de asombro
fue
pintándose
en su semblante. De pronto dijo:
-
Qué raro!
-
Raro? Que es raro? - le preguntó Brand.
El
doctor Kristow se repantingó en su asiento.
-
Aun no me atrevo a asegurarlo. Podría proporcionarme una lista de
otros
físicos
nucleares que hayan desaparecido en la Unión soviética en año
pasado?
-
Quiere usted decir que ve algo?
-
Aun no. No vería nada si no leyese esos artículos por separado.
Pero
al verlos en conjunto y al saber que su autor participa posiblemente
en un
programa
de investigación secreto, además de las sospechas que usted ha
despertado
en mí... - Se encogió de hombros-. En realidad no es nada
Muy
serio, Brand le dijo:
-
Le agradecería que me dijese lo que piensa. No se pierde nada en
saberlo;
aunque
sea una tontería, sólo lo sabríamos usted y yo.
-
En ese caso... Es posible que este Zebatinsky haya conseguido aportar
algunas
ideas
al problema que presenta la reflexión de los rayos gamma.
-
y eso qué significa?
-
Se lo voy a decir: si pudiese crearse un escudo que reflejase los
rayos gamma,
se
podrían construir refugios individuales que protegerían contra la
radiación
secundaria.
El verdadero peligro, como usted sabe, es la radiación secundaria.
Una
bomba de hidrogeno
puede aniquilar una ciudad, pero los desechos radioactivos
resultantes
de
la explosión atómica pueden matar lentamente a todo cuanto viva
sobre una
franja
de miles de kilómetros de longitud y de cientos de kilómetros de
anchura.
Brand
se apresuró a decir:
-
Realizamos nosotros trabajos en ese sentido?
-
No.
Pero
si ellos lo obtienen y nosotros no, podrían destruir totalmente los
EE. UU.
por
el precio de 10 ciudades de las suyas, digamos, una vez hayan
terminado su
programa
de refugios contra la radiación secundaria.
-
esa posibilidad es aun muy lejana... No cree usted que estamos
haciendo
castillos
en el aire? Todas esas sospechas se basan en un simple cambio de una
letra
en el apellido de una persona....
-
De acuerdo, estoy loco -dijo Brand-. Pero no pienso dejar las cosas
así. hemos
llegados
demasiado lejos. Tendrá usted se lista de físicos nucleares
desaparecidos,
aunque tenga que ir a buscarla a Moscú.
Obtuvo
la lista. Kristow y él examinaron todas las comunicaciones
científicas y
artículos
escritos por aquellos hombres. Convocaron una sesión plenaria de la
comisión,
y luego reunieron a todos los cerebros nucleares de los EE.UU. Por
último,
el doctor Kristow
salió de una sesión que había durado toda la noche,
y a parte de
la cual había
asistido el propio presidente de la Nación.
Brand
le esperaba a la puerta. Ambos tenían aspecto cansado y ojeroso. El
policía
le preguntó:
-
Qué dicen?
Kristow
hizo un gesto de asentimiento.
-
La mayor parte de ellos se muestra de acuerdo. Algunos todavía
dudan, pero la
mayoría
está de acuerdo.
-
Y usted que dice? Está seguro?
-
Nada de eso, pero déjeme que le explique. Resulta más fácil creer
que los
soviéticos
trabajan en la creación de un escudo protector contra los rayos
gamma,
que creer que todos los datos que hemos desenterrado no tienen
relación
entre
sí.
-
Se ha decidido que nosotros comencemos también las investigaciones
sobre la
protección
contra los rayos gamma?
-
Sí.
Kristow
se pasó la mano sobre el cabello, corto y enhiesto, produciendo un
rumor
seco,
apenas perceptible.
-
Concentraremos todos nuestros recursos en ella -dijo-. Conociendo los
artículos
escritos por los desaparecidos, no nos dejaremos que nos tomen mucha
ventaja.
Incluso podremos alcanzarlos.... Naturalmente, descubrirán que
trabajamos
en ello.
-
Que lo descubran -dijo Brand-. No importa. Así no se atreverán a
atacar. No
veo
que sea buen negocio arrasar 10 de nuestras ciudades a cambio de 10
de las
suyas...,
si ambos contamos con protección y ellos lo saben.
-
Pero no tan pronto. No queremos que lo averigüen demasiado pronto. Y
qué
noticias
hay del Zebatinsky- Sebatinsky estadounidense?
Brand
asumió aspecto solemne y movió negativamente la cabeza.
-
No existe la menor relación entre él y este asunto.... hasta ahora
-dijo-.
Pero
le aseguro que lo hemos investigado a fondo. Estoy de acuerdo con
usted,
desde
luego. Actualmente se encuentra en un punto neurálgico, y no podemos
permitir
que siga allí, aunque
este libre de sospechas.
-
No podemos ponerlo bonitamente de patitas en la calle. Si lo
hiciésemos, los
rusos
se extrañarían.
-
Qué podemos hacer?
Ambos
avanzan por el largo pasillo en dirección al distante ascensor...
Sus
pasos
y sus voces resonaban extrañamente en el silencio de las 4 de la
madrugada.
El
doctor Kristow dijo:
-
He mirado su hoja de servicios. Ese muchacho vale más que otros
muchos;
además,
no está contento con su trabajo. No le gusta trabajar en equipo.
-
Qué sugiere usted?
En
cambio, es idóneo para el trabajo académico. Si podemos conseguir
que una
importante
universidad le ofrezca una cátedra de física, creo que el aceptaría
encantado.
Así podría trabajar en investigaciones inofensivas; nosotros
podríamos
vigilarlo estrechamente,
y todo parecería una consecuencia lógica,
un progreso merecido en
su carrera,
que no sorprendería a nadie, y menos a los rusos.
Qué le parece?
Brand
asistió.
-
Excelente idea. Muy bien. La someteré al jefe.
Se
metieron en el ascensor y Brand se puso a pensar en todo ello. Qué
final para
lo
que había empezado con un simple cambio de una letra de apellido!
Marshall
Sebatinsky apenas podía hablar. Con voz ahogada, dijo a su esposa:
-
Te juro que no se como ha podido suceder esto. Hubiera dicho que eran
incapaces
de diferenciarme de una detector de mesones.... Buen Dios, Sophie,
profesor
adjunto de Física en Princeton! Te imaginas?
Sophie
repuso:
Supones
tal vez que se debe a tu charla en una de las reuniones de la
Asociación
de
Física Norteamericana?
-
No lo se. Mi comunicación era muy seca, y todos los de la sección
me gastaron
bromas.
- Hizo chasquear los dedos-. Por lo visto Princeton ha estado
realizando
una
investigación sobre mí. No hay duda. recuerdas todos esos
formularios que he
tenido
que llenar
durante los últimos 6 meses; todas esas entrevistas que yo no sabían
a que
conducían?
Para serte sincero te diré que empezaba a creer que me consideraban
sospechoso
de actividades subversivas... pero era Princeton que me estaba
estudiando.
Meditan bien
lo que hacen.
-
Y si fuese tu nombre? -apuntó Sophie-. El cambio de nombre, quiero
decir.
-
Verás ahora. Finalmente, mi vida profesional será mía, y de nadie
más. Podré
seguir
mi camino. En cuanto tenga oportunidad de trabajar sin... -Se
interrumpió
para
volverse hacia su esposa-. Mi Nombre! Quieres decir que la "S"
que me he
puesto?
-
Sólo te han hecho esta oferta después de cambiar el nombre, tenlo
en
cuanta....
-
Sí, pero mucho después. No, esa es una simple coincidencia. Ya te
lo dije
entonces,
Sophie, me limité a tirar 50 dólares por la ventana para
complacerte.
Qué
estúpido me he sentido durante todos esos meses, empeñándome en
imponer a
todo
el mundo esa dichosa
"S"?
Shopie
se puso inmediatamente a la defensiva.
-
Yo no te obligue a hacerlo. Marshall. Sólo te dije, que me gustarías
que lo
hicieses,
pero no insistí. No digas que te obligue. Además, resulta que salió
bien.
Estoy segura que todo esto se debe al cambio de nombre.
Sebatinsky
sonrió con indulgencia.
-
No es más que una superstición.
-
No me importa como lo llames, pero la verdad es que te has quedado
con la "S".
-
Pues si, lo reconozco. Me ha costado tanto que todo el mundo se
acostumbrase a
llamarme
Sebatinsky que la simple idea de volver a empezar me asusta. Y si
adoptase
como nombre.... Jones, por ejemplo?
Lanzó
una carcajada casi histérica.
Pero
Sophie no se río.
-
Déjala como esta.
-
Claro, Claro... no era más que una broma... Mira, te voy a decir lo
que pienso
hacer.
Un día de estos iré a ver al viejo ese y le daré otros cincuenta
pavos.
Estarás
satisfecha entonces?
Se
sentía tan optimista que fue la semana siguiente, esta vez sin
disfrazarse.
Llevaba
sus propias gafas y su traje, y la cabeza descubierta.
Incluso
tarareaba una cancioncita al aproximarse a la tienda. Tuvo que
apartarse
a
un lado para dejar pasar a una mujer de aspecto fatigado y expresión
avinagrada
que empujaba un cochecito con 2 niños.
Puso
la mano en el picaporte y apoya el pulgar en el pestillo de hierro.
Este no
cedió
a la presión ejercida. La puerta estaba cerrada con llave.
La
amarilla y polvorienta tarjeta que decía "Númerologo"
había desaparecido,
advirtió
de pronto. Otro rótulo, y que ya empezaba a retorcerse y decolorarse
por
la acción del sol, ostentaba las palabras "SE ALQUILA".
Sebatinsky
se encogió de hombros. Que se le iba a hacer. Él había intentado
siempre
complacer a su esposa.
Así
es que dio media vuelta y se fue, silbando entre diente.
Haround,
contento de verse libre de su envoltorio corporal, saltaba
algremente,
y
sus vórtices de energía lucían con una apagado resplandor violáceo
sobre
varios
hiperkilometros cúbicos.
-
He ganado? He ganado? -iba repitiendo.
Mestack
estaba algo apartado, y sus vórtices eran casi una esfera de luz en
el
hiperespacio.
-
Todavía no le he calculado.
-
Hazlo, pues. No cambiarás en nada los resultados, por más tiempo
que
inviertas....
Uf, qué alivio volver de nuevo al seno de la limpia y
resplandeciente
energía... Necesité un microciclo de tiempo como cuerpo
encarnado;
además era un cuerpo muy gastad
o
y viejo. Pero valía la pena hacerlo para demostrártelo.
Mestack
dijo:
-
De acuerdo, reconozco que enviaste una guerra nuclear en ese planeta.
-
Y no es eso un efecto de clase A?
-
Sí, desde luego; es un efecto de clase A.
-
Perfectamente. Ahora comprueba lo que quieras y dime si no conseguí
ese efecto
de
clase A con un estímulo de clase F.
Me
limite a cambiar una letra de un nombre.
-
Como?
-
Oh, nada. Ahí esta todo. Te lo he reparado.
Mestack
dijo algo a regañadientes:
-
Me entrego. Un estímulo de clase F.
-
Entonces he ganado, tienes que admitirlo.
-
Ninguno de los 2 podrá decir que ha ganado cuando el Vigilante vea
esto.
Haround,
que había asumido la apariencia corporal de un anciano númerologo
en la
Tierra
y todavía no había podido acostumbrarse del todo al alivio que le
producía
no serlo ya, dijo:
-
No parecías estar muy preocupado por eso cuando hiciste la apuesta.
-
No creí que fueses capaz de aceptarla.
-
Entropía! Pero a que preocuparse? El Vigilante no se enterará jamas
de que
hamos
utilizado un estímulo clase F.
Tal
vez no, pero sí descubrirá el efecto de Clase A. Esos corpóreos
seguirán por
ahí
después de una docena de microciclos. El Vigilante se dará cuenta.
-
Lo que pasa, Mestack, es que tú no quieres pagar. Tratas de pasarte
de listo.
-
Pagaré. Pero espera que el Vigilante se entere de que hemos estado
ocupándonos
de
un problema que no nos habían asignado y que hemos efectuado un
cambio no
autorizado.
Eso, si....
Se
interrumpió.
Haround
replicó:
-
Bien, dejaré las cosas como estaban. Así no se enterarán. La
energía de
Mestack
asumió un brillo socarrón.
-
Necesitaras otro estimulo de Case F, si quieres que no se entere.
Haround
vaciló:
-
Puedo hacerlo - dijo.
-
Lo dudo.
-
Te aseguro que puedo.
-
Quieres que hagamos otra apuesta?
Las
radiaciones de Mestack se hacían jubilosas.
-
Aceptado -dijo Haround, acorralado-. Pondré aquellos corpóreos
donde estaban y
el
vigilante no se dará cuenta de nada.
Mestack
saco partido a su ventaja.
-
Anulemos la primera apuesta, pues, y tripliquemos la segunda.
A
Haround se le contagió el entusiasmo del otro.
-
Muy bien, de acuerdo -convino-. Triplicado.
-
Hecho pues!
-
Hecho!
FIN
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