¡¡Soltala que la vas a ahorcar!!
Por Flavio
"¡Soltala que la vas a ahorcar!!" - gritó don Solsti con un hilo de voz, mientras él, don Aga, doña Floripa, el Becho y el Bocha, mas blancos que votos peronistas, comenzaron a hacer denodados esfuerzos por desincrustar los poderosos dedos de la señora Mampruchet del bellísimo cuello de la Encarna. "Está fuera de sí! - musitó medio ahogada doña Floripa; y el Becho, jadeando, corrigió: "¡La que está fuera de sí, es la lengua de la viuda!"
El Bocha se quedó duro un segundo e inmediatamente trajo una carcajada desde los talones hasta la garganta, hizo una gárgara con ella y la soltó entre toses al tiempo que todo su cuerpo se llenaba de temblores chiquitos. "¡Me troncho, loco, me troncho!" - dijo tratando de contenerse. "¡Cinchá, recalcado!" - bramó don Solsti y el Bocha volvió a su puesto de apartador apretando entre sus dientes los últimos restos de risa que le quedaban.
En realidad don Solsti tendría que haberlos matado apenas los vio trasponer el umbral de su casa, ese sábado de tarde. Porque al minuto, no bien terminaron de saludar a los presentes, los mellizos Villisac empezaron a hacer de las suyas. El pobre don Aga había sido la primera víctima. "Las corrientes - comentó temblando el vejete yendo a cerrar una ventana - son lo más nefasto que hay para la salud!" "Sobre todo las alternas - agregó el Becho -, aunque yo creo que lo peor que hay para la salud es la enfermedad!" El Bocha se puso rojo como un langostino recién hervido y empezó a reirse con todo el cuerpo. "¡Bárbaro, Becho, bárbaro - observó mientras se secaba con un pañuelo las últimas carcajadas de los ojos -. Este fin de semana estás con todo!"
Don Aga los miraba como a dos marcianos gemelos y los hermanos volvieron a la carga. Poniéndose serio, el Bocha preguntó: "Y hablando de salud, ¿cómo anda de las nanas, viejito?" "El lumbago me está matando - contestó don Aga -. Ahora me quieren hacer una punción lumbar". "Claro, claro - afirmó el otro -; ¡la punción empieza cuando Ud. llega! "¡¡¡UUUUUUUUUUU!!!" - hizo el Becho, tirándose para atrás en el sofá al tiempo que le daba trompadas a los almohadones. "¡Vos también estás con todo, loco! ¡No te me vas en zaga!" - dijo cuando recobró el aliento. Pero el Bocha con un gesto que quería decir "hay más" agregó: "Por otra parte, no se olvide, don Aga, que la punció hace al órgano!" El Becho se paró de golpe y la carcajada no terminaba de salir.
Solamente hacía JJJJJJ hasta que le dio una patada a la puerta del comedor y entonces si las aes se metieron entre las jotas y todo marchó sobre rieles.
Tratando de librar al anciano de tan tremenda tortura, la señora Mampruchet intentó llevar la conversación hacia otros rumbos. "¿Vieron que los chicos de Melandrio ya están en el liceo?" - comentó la ingenua señora. "¡Qué bien, qué bien! ¿Y cómo les va?" - se interesó el Bocha. Intervino doña Floripa meneando la cabeza. "Empezaron muy mal. Al segundo dia hicieron un papel horrible porque los agarraron copiando". "¡Cómo horrible! ¡Si los agarraron copiando el papel fue carbónico!" Esta vez el Bocha se prendió de una cortina, se puso violeta y la carcajada se enredó en una cenefa. Cuando pudo, chilló: "!Piramidal, loco, piramidal! ¡Papel carbónico sssssssss!" A todo eso la cortina se había zafado del riel y el Bocha quiso subirse a una silla para arreglarla. "¡Ud no se suba que la va a desfondar!" - dijo de mala manera la dueña de casa y el Bocha, rápido como un rayo, indicó: "Mejor que se suba doña Floripa que es una mujer liviana". El Becho comenzó a inflarse y a dar tacazos contra el suelo y la aludida chilló: "¡No les permito! ¡Pregúntenle a cualquiera de mis cuatro maridos si tienen algo que decir de mi!" Esta vez los Visillac se pusieron a saltar como chivos: ""Piolaza, la vejancona, piolaza!" - gritó el Becho mientras el Bocha se abanicaba con un diario. Doña Floripa se sentó en un sillón y pidió coramina. "Che, Becho, ¿que entendiste vos que pidió? ¿Coramina o coracero?" "Uuuuuuuuuuuuuu, con todo, loco, como en tus tiempos de gloria!"
Don Solsti, viendo que la cosa ya estaba pasando de castaño a oscuro, para ver si los calmaba, fue hasta su pieza y volvió con unos habanos que le habían regalado para su cumpleaños. Los hermanos tomaron uno cada uno de la caja que les tendió el Sr. Mampruchet. Cuando fueron a encender los puros se armó un desparramo impresionante porque el yesquero que uno de ellos extrajo de entre sus ropas era del tipo quema cejas, con una llama que parecía una tea. La encarna y la dueña de casa se tiraron para un costado. "¡A ver si nos incendia!" - protestó indignada la viuda cubriéndose el rostro con ambas manos. Y el Becho, tratando de reprimir una carcajada, apuntó: "Che, Bocha: si les prendés fuego a las tipas, te van a llamar Hernán Cortes porque incendiaste las ´nabas´". Esta vez los mellizos se acostaron en el suelo y los estertores rodaron por abajo de la mesa.
Sin embargo la Encarna no perdió la línea. "¿Últimamente qué han visto de bueno en el cine?" - dijo sacándose con disimulo dos pestañas chamuscadas.
"Desde
A la viuda se le iba un color y le venía otro, hasta que la señora de don Solsti se le abalanzó y le dejó el rojo por tiempo indeterminado.
"¡Soltala que la vas a ahorcar!" - gritó don Solsti con un hilo de voz, mientras él, don Aga, doña Floripa, el Becho y el Bocha, más blancos que votos peronistas, comenzaron a hacer denodados esfuerzos para desincrustar los poderosos dedos de la señora Mampruchet del bellísimo cuello de la Encarna.
"¡Cinchá, Bocha!" - volvió a decir el viejo, esta vez con tal rencor hacia "el pesado" que el otro se asustó como nunca. "Fue una broma, doña, no lo tome así - se apresuró a aclarar el mellizo temblando -. ¡Ya sabe cómo las gastamos nosotros!"
Por suerte la señora reaccionó y no demoró en entrar en razón, lo que aprovechó la viuda para a su vez entrar la lengua. Después vinieron los pedidos de disculpa y los hermanos se las ingeniaron para irse sin saludar a nadie. Todavía muy sofocada, la Encarna fue acompañada hasta la puerta y al retirarse la dueña de casa mintió: "¡Que le vaya bien, doña! No se pierda, ¿eh?"
Don Solsti respiró tranquilo. Su mujer no. "¡Me parece que no eran bromas porque la chiva ésa, al darte la mano, te hizo una bruta caída de ojos!" "Delirás, vieja … - contestó el otro restándole importancia -. Fue un parpadeo nervioso, nada más … ""¡Parpadeo y demoró como tres minutos en abrir los ojos"
Don Solsti tembló. "Lo que pasa - dijo finalmente - es que les estaría cambiando los pañales a las niñas … " Y haciéndose el distraído cerró la puerta con calma y con llave.
Nuevas aventuras del flaco Cleanto
Por Flavio
Editorial Montevideo - 1965